Las formas imaginadas del corazón
En esta entrada vamos a realizar una conexión improbable entre dos títulos de nuestro catálogo, un diálogo ciertamente inesperado entre nuestro último libro (Buen Humor) y una de nuestras primeras publicaciones, allá por 2013 (Exvoto: imagen, órgano, tiempo).
Resulta que entre los relatos ilustrados de Ramón Gómez de la Serna que hemos seleccionado para esta antología, en los que se recogen con un lenguaje verdaderamente afilado usos y costumbres de su época, atravesados por el humorismo sin par del célebre escritor madrileño, figura uno titulado “Corazones”. En él, De la Serna reivindica la necesidad de redactar una Guía de los corazones que nos permita descubrir la conformación de estos y prevenir las inclinaciones hacia las que se ladearán:
Gracias al cual los padres no se empeñarían en dar a los hijos un destino que ellos no sienten; y, por ejemplo, a ése que apareciese con un opulento corazón lírico, no habría que obligarle a torcer su camino, y si se empeñaba en ser poeta, habría que ayudarle a que consiguiese la más elevada posición académica.
Y tirando del hilo, en defensa de este tratamiento personalizado de cada corazón, termina afirmando lo siguiente:
Debería haber un padrón de corazones, pues en las estadísticas optimistas y confortadoras debían figurar los corazones buenos, los malos, los peligrosos y los que están en observación. Una verdadera guía de los corazones nos serviría mucho, sobre todo en esas horas electivas que hay en la vida.
En Italia, los exvotos principales, las ofrendas sinceras, son corazones de plata. Los hay de primera, de segunda y de tercera clase; pero todos tienen la misma forma. En eso son como los corazones de cera, también de una uniformidad estéril. Sólo habría sinceridad en la ofrenda, y el exvoto sería eficaz, si se ofreciese un corazón parecido al que cada uno tiene, no ese corazón de una regularidad idéntica, que es el tópico del corazón.
Esta última referencia a la aplastante uniformidad de los exvotos es ciertamente encantadora. En esa época, durante las primeras décadas del siglo XX, los objetos votivos más variopintos aún poblarían la mayor parte de santuarios italianos y españoles (como demuestran las fuentes graficas y documentales de la época). Por ello, las paredes atestadas de corazones de plata o cera serían relativamente frecuentes, y a esos objetos parecen remitir los dibujos con los que De la Serna decide acompañar el escrito: un corazón envenenado, otro grande como una casa, el órgano estropeado o el perteneciente a un borracho.
Dejando a un lado el punto de vista entre humorístico y poético tan característico del autor, hay algo interesante en su enfoque. Cuando habla de la sinceridad de la ofrenda, de su valor y eficacia, subraya la necesidad de ofrecer “un corazón parecido al que cada uno tiene, no ese corazón de una regularidad idéntica”. Desde nuestros inicios, en Sans Soleil hemos mostrado un notable interés por los exvotos. En su día llegamos a crear un Archivo Virtual de Exvotos, recorrimos varios santuarios e iglesias del norte de la península en busca de algunos ejemplares conservados hasta nuestros días y, cuando arrancamos con esta aventura editorial, quisimos publicar uno de los textos teóricos más destacados sobre el tema: Exvoto: imagen, órgano, tiempo de Georges Didi-Huberman.
En este breve pero intenso ensayo, el pensador francés habla fundamentalmente de los exvotos anatómicos y de los exvotos de cera (evaluando las particulares características plásticas de este material), y reflexiona ampliamente sobre el concepto de semejanza asociado a la eficacia de estas prácticas votivas. Curiosamente, los grandes estudios sobre efigies votivas del renacimiento tan solo analizaban los exvotos que funcionaban como retratos, pero nunca mencionaban que junto a estos hubo siempre miles de exvotos anatómicos “estereotipados”, como los corazones que mencionaba De la Serna:
Encontramos en este libro toda una gama de formas extraordinarias modeladas en cera; por ejemplo, orejas o mandíbulas aisladas, tráqueas, corazones e incluso dos testículos de tamaño natural de los cuales uno padece hipertrofia. ¿No es importante admitir que el testículo hipertrofiado, superando el retrato clásico, representa a su donante tanto como lo puede representar una verruga minuciosamente imitada en un rostro? ¿Que los rasgos de su mal individualizan a una persona tan bien como lo pueden hacer los rasgos de su cara?
¿No es también importante admitir que, sobreponiéndose a los esquemas evolucionistas que tienden hacia la emergencia del “retrato autónomo”, el testículo hipertrofiado posee la misma función votiva que una efigie de aparato, y que en todo caso esta correspondencia debe ser pensada desde su relación diferencial y estructural con aquélla?
Y algo más adelante, Didi-Huberman parece responder a la objeción poética de De la Serna, al señalar la necesidad de plantear una noción más amplia de ‘semejanza’:
Afirmar espontáneamente que sólo existe “semejanza” en la cara de cera modelada o moldeada según el rostro del donante es manifestar un punto de vista un tanto limitado en cuanto al campo operativo de la semejanza: es precisamente ignorar que la semejanza forma un campo y que permite cierta pluralidad de objetos, de criterios, de soportes y de operaciones.
Según su planteamiento, el exvoto de una cabeza no tiene el sentido de un retrato, “no puede pensarse solo como parecido orgánico, es decir, como la representación de un órgano que sufre (una simple cabeza víctima de migrañas)”, lo cual produce semejanzas recortadas, encuadradas según los límites del síntoma:
Semejanzas muy a menudo producidas según el tamaño natural de las manos, de los brazos, de las piernas, de los pies, de las orejas, etcétera. Alguien que padece de la parte derecha de su pecho consagrará un exvoto representativo solamente de la parte derecha de un busto. Y si sufre tanto de sus pulmones o de sus vísceras que no puede soportarlo, no dudará en esculpir formas de estos órganos, mitad observadas, mitad imaginadas.
El exvoto anatómico se presenta por tanto como un fragmento delimitado según los recortes que el síntoma marca.
Llegados a este punto, y aludiendo incluso Didi-Huberman a las formas “imaginadas”, quizás lo dicho por ambos autores termine por aproximarse. Sí, es posible reflejar un testículo atrofiado u otras dolencias observables, pero, ¿cómo salirnos de esa regularidad tópica a la hora de representar el corazón? De la Serna imagina unos rayos V que permitan evidenciar esa disparidad:
El corazón ha sido estudiado, o muy de la parte fuera, según la sensiblería del que escribe, o muy de la parte de dentro, según la impasibilidad del anatomista. La silueta del corazón es diversa en todos los individuos casi siempre, fatalmente.
Habría que hacer al niño una fotografía con los rayos “uve de corazón” para descubrir la conformación de su corazón y prevenirse contra las inclinaciones hacia las que le ladeará el corazón.
¿Quién fue el inventor del primer bocadillo de jamón?, ¿qué es un zangolotino?, ¿por qué nos tenemos que defender de los percheros? Esta edición recoge los textos más divertidos de Gómez de la Serna acompañados de sus propias ilustraciones.
La mirada poética de Gómez de la Serna convierte lo cotidiano en fantástico, dota de alma a los objetos, transforma lo común en extraordinario. Pero, sobre todo, su mirada está cargada de humor; de un humor vanguardista que hoy suena rabiosamente actual, a pesar de estar escrito hace casi cien años. Para él el humorismo no era un simple género literario, era ante todo “un género de vida o, mejor dicho, una actitud ante la vida”.
En la década de los años veinte la suya fue una de las firmas principales de la revista madrileña ‘Buen Humor’, donde abrió camino a una nueva generación de escritores y humoristas. Entre sus páginas aparecieron publicados originalmente todos los escritos ilustrados contenidos en este volumen, una preciada rareza dentro del amplísimo corpus de su obra.