Durante el periodo Edo (1615-1868) emergió en Japón un movimiento religioso denominado Fujikō centrado en la devoción al monte Fuji, como espacio sagrado al que peregrinar, rendir culto y solicitar protección. Jikigyō Miroku fue el líder de esta particular confraternidad desde 1717 hasta el año de su muerte en 1733, cuando falleció en el propio volcán de forma profética, ofreciéndose prácticamente en sacrificio. Tras su desaparición, el Fuji se convirtió aún más en un destino obligado para los peregrinos y devotos.

En un principio, las mujeres no tenían permitido el acceso a los espacios sagrados y a la montaña. Oficialmente, se regularizó el permiso a partir del año 1872, pero ya con anterioridad muchas mujeres habían afrontado la ascensión, siendo tradicionalmente considerada la primera una joven de veinticinco años que se disfrazó de hombre en 1823, dando buena cuenta de sus impresiones una vez alcanzada la cima: “Quería subir a la cumbre, aunque falleciese en el intento. Lo conseguí… Si logro ahora regresar a casa, contaré [mi experiencia] a muchas mujeres. Quiero animar a todas las mujeres a que escalen la montaña”.

Esta prohibición generó en parte la creación de los fujizuka (富士塚), réplicas del monte Fuji erigidas a lo largo de la geografía japonesa para simular o compensar el viaje al volcán original. Estas copias en miniatura comenzaron a aflorar a lo largo del archipiélago, construyéndose habitualmente con piedras volcánicas procedentes del emplazamiento sagrado original (kuroboku). De este modo, el largo peregrinaje podía concretarse en un solo día, replicando la geografía sagrada en un ejercicio que recuerda –salvando las distancias– a la tradición de los Sacro Montes y los Via Crucis europeos, levantados a “imagen y semejanza” de la ciudad de Jerusalén. O a los distintos emplazamientos simbólicos de esta misma ciudad en laberintos trazados en el pavimento de catedrales o en reproducciones imaginarias, que permitían realizar un viaje virtual a personas enfermas o incapacitadas para viajar miles de kilómetros.

Se considera que el primer fujizuka fue construido en 1765 por un discípulo de Jikigyō Miroku, en conmemoración del trigésimo tercer aniversario de su muerte. Generándose en lo sucesivo distintas prácticas, cultos y tradiciones en torno a estos espacios, que parecían funcionar como contenedores de la geografía sagrada original. En todo momento, se intentaba que el simulacro contuviera las energías místicas de la montaña. Hay registro documental de numerosas imitaciones del Fuji, y su fama y popularidad puede rastrearse en el arte japonés de la época, donde numerosos fujizuka aparecen representados en obras de Hokusai y otros muchos grabadores. En particular, encontramos dos hermosas muestras de las réplicas ubicadas en el barrio de Meguro realizadas por Hiroshige, en las que podemos apreciar la figura de múltiples mujeres y ancianas subiendo la colina mientras se juega con el contraste respecto de la montaña original:

En los siguientes libros ilustrados encontramos también pequeñas replicas ubicadas en entornos o recorridos de tipo cultual:

Indudablemente, también la serie Cien vistas del monte Fuji da cuenta de una cierta obsesión por parte de Hokusai hacia este mítico volcán. Aunque el artista no perteneció a los Fujikō, algunos especialistas han querido entrever una preocupación esencialmente religiosa en su abordaje continuo y poliédrico a la figura del Fuji, relacionándolo también con la inmortalidad, un concepto al que se asocia tradicionalmente esta montaña y que rondaba por la cabeza del viejo loco por la pintura continuamente en sus últimos años de vida. Los peregrinos aparecen en varias estampas de la serie y en uno de los primeros grabados se representa la figura de En no Ubasoku (634-707), un monje asceta con grandes poderes espirituales que fue el primero en peregrinar a la cumbre de la sagrada montaña. Son particularmente hermosas algunas imágenes protagonizadas por grupos de peregrinos, caracterizados por sus inconfundibles sombreros, llamados sugegasa:

Aún hoy, se conmemora cada año el Festival de las Antorchas en Fujiyoshida, una pequeña ciudad ubicada en las cercanías de la montaña. En este festejo, uno de los más celebres y concurridos del país, desfilan dos grandes santuarios portátiles (Mikoshi) en los que se contiene el espíritu de Konohana Saku­yahime, la diosa del monte Fuji –y de todos los volcanes– representada en la primera estampa de la fabulosa serie de Hokusai. Su Mikoshi es también una pequeña réplica de la montaña, dando una última muestra de la estrecha y mística relación de los japoneses con su volcán sagrado, cuyo fuego intentan apaciguar desde tiempos inmemoriales.

Más información sobre el tema:

* Maiorelli, Manuel, L’Immagine del Monte Fuji: uno studio iconografico del monte sacro del Giappone dal periodo Heian al periodo Meiji, Tesi di Laurea Magistrale (2011-2012).

* Scoble, Emily, “The Making of a Mountain: Mount Fuji, Miniature Fujis and the Cultural Narrative of Edo”, Honors Thesis
Collection Paper 275 (2015).

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