Los más de 100 grabados que componen La comedia humana pueden dividirse en distintas situaciones o escenas que guardan cierta correlación con experiencias personales de Moreau o de figuras a las que pudo conocer y admirar. En una de ellas, se narra una historia inspirada en la figura del intelectual anarquista Erich Mühsam, a quien Moreau conoció a finales de los años veinte. Mühsam fue detenido el 28 de febrero de 1933, pocas horas después de que el incendio del Reichstag proporcionara la coartada perfecta a los nazis para suspender las garantías constitucionales y efectuar una criba en el seno de la intelectualidad cerca­na a las ideas comunistas, socialistas o anarquistas. Tras una larga sucesión de torturas, Mühsam fue asesinado el 10 de julio de 1934 en el campo de concentración de Oranienburg. Pero las SS quisieron hacer pasar su muerte por un suicidio, aportando una absurda versión desmentida rá­pidamente por su viuda. En La comedia humana, Moreau subraya el burdo montaje, expresado a través del hombre maniatado y ahorcado al mismo tiempo. De hecho, él ya había representado esta misma escena pocas semanas des­pués del asesinato, en un grabado ciertamente poderoso titulado “Erich Mühsam en la memoria” (realizado en agosto de 1934).

A fin de conocer mejor este terrible episodio, que conmocionó a la resistencia antinazi, compartimos a continuación el apartado final del texto de Augustin Souchy -compañero de Mühsam en el seno del movimiento anarquista- Erich Mühsam. Su vida, su obra, su martirio, escrito en septiembre de 1934, en el que se desgranan los testimonios y documentos relacionados con su caso, uno de los ejemplos más atroces de la inhumanidad fascista denunciada por Moreau en La comedia humana.

***

Mucho antes de llegar al Poder los nacionalsocialistas, los representantes más conocidos del movimiento revolucionario del proletariado han sido amenazados públicamente de muerte. Erich Mühsam era uno de aquellos que más peligro corrían. No fue ni diputado ni ministro en la República de Weimar; pero fue presentado como uno de los herejes y corruptores más peligrosos de Alemania. Ya años antes, fue Mühsam colocado en una fila con Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg, Gustav Landauer y los demás asesinados en la revolución de 1918 y 1919, lamentando los nacionalsocialistas que Mühsam estuviese todavía vivo. Se incitó a los núcleos de choque nacionalsocialistas contra él. Se publicó su retrato en la prensa hitleriana para que las hordas lo reconociesen y lo asesinasen donde pudieran. Debía ser una de las víctimas de la famosa noche “del cuchillo largo”, la noche de San Bartolomé que quería organizar el nacionalsocialismo alemán.

La incitación al asesinato de Mühsam fue llevada al extremo por el diario “Der Angriff”, dirigido por el actual ministro de propaganda, sosteniendo que era responsable de los fusilamientos de rehenes en las jornadas revolucionarias de Munich, en 1919. Esa falsa afirmación, que se publicó por primera vez en diciembre de 1932 en la prensa nacionalsocialista, ha sido desmentida por la compañera de Mühsam, enviando a la prensa una aclaración, en la que se demos-traba que Erich Mühsam había sido arrestado ya el 13 de abril de 1919, por el Gobierno bávaro, mientras que los rehenes fueron fusilados tan solo el 25 de abril. Mühsam se encontró, por tanto, en la época de los fusilamientos de rehenes, en la cárcel, y no podía ser hecho, claro está, responsable de esa acción. Pero la prensa nacionalsocialista continuó, sin embargo, contra toda evidencia, la incitación al asesinato de Mühsam. Tanto a la prensa nacionalsocialista, como también a los SA y SS en los campos de concentración, se les envió fotografías de Mühsam, con la leyenda: “El asesino de rehenes Erich Mühsam”.

Mühsam sabía que el azuzamiento de que era objeto debía llevar a su asesinato. Cuando se hizo más claro que el proletariado no opondría resistencia alguna a la toma del Poder por los nacionalsocialistas, y que no tendría lugar ninguna lucha en que pudiera participar, resolvió Mühsam abandonar Alemania para escapar al asesinato amenazante. Lo hubiera logrado de haber dispuesto de los medios necesarios para hacer el viaje. Pero pobre, como fue toda la vida, tuvo que reunir primero el dinero que necesitaba y que era indispensable para proveer a lo más necesario en los primeros días. Finalmente, logró reunir los medios, y se decidió a huir a Praga. La víspera de su partida estuvo en mi habitación. Le rogamos que pasara la noche con nosotros, pero no quiso, pues no quería intranquilizar innecesariamente a su compañera. Ese escrúpulo le fue fatal.

Tenía ya en el bolsillo el billete para el viaje y me lo mostró con satisfacción visible, por ir a una ciudad donde se habla alemán, pues no podía, según su propia confesión, vivir mucho tiempo en un ambiente donde no oyese hablar alemán. Para él, como creador, era el idioma en que escribía un elemento vital indispensable. Era la noche del incendio del Reichstag, Cuando nos encontrábamos reunidos, no sabíamos nada del terrible crimen que se iniciaba por los nacionalsocialistas, en ese momento, contra el pueblo alemán y contra toda la civilización. Mühsam se fue a su domicilio en la intención de tomar a la mañana siguiente el tren para Praga. Pero dos horas antes, lo fue a sacar de la cama la policía, lo detuvo y lo llevó a la prisión policial de Berlín.

En las primeras semanas de su detención, estuvo en la prisión policial de Berlín y en la cárcel preventiva de Spandau. Hasta allí estaban los presos bajo la administración penal ordinaria; los guardianes eran todavía republicanos, que no hacían ninguna diferencia entre los presos, de modo que el tratado de Mühsam y de los demás presos políticos no era peor que el de los demás reclusos. Pero fue distinto cuando Mühsam y un número de compañeros de cautiverio fueron transportados al campo de concentración de Sonnenburg, que hasta allí fue un presidio y ahora había sido transformado en campo de concentración.

Ya en el transporte, fue Mühsam brutalmente maltratado por las guardias hitlerianas que le acompañaban (eran secciones especialmente seleccionadas de choque). Un preso, que fue transportado con Mühsam a Sonnenburg, contó que Mühsam tuvo que hacer el trayecto de la estación de Sonnenburg al campamento con su valija, al paso de los soldados. Cuando no podía hacerlo, y alguna vez tropezó y cayó -era miope y oía difícilmente- fue obligado por la soldadesca, a golpes, a marchar. Un SA sacó el revólver y quiso matar a Mühsam. Otro se lo impidió. Incluso el “Sonnenburger Anzeiger”, una hoja nacionalsocialista, escribió sobre los malos tratos a Mühsam en ocasión de su entrega en el campo de concentración.

En ese campamento, comenzó para Mühsam un verdadero infierno. Prisioneros puestos en libertad, o fugados, han informado sobre los martirios a que fueron expuestos los presos. Periodistas extranjeros han visitado el lugar; pero los presos no se atrevieron a decirles nada, pues sabían que después serían martirizados por ello mucho más. Erich Mühsam sufrió más que ninguno. Un compañero de prisión, escribió sobre el calvario de Mühsam:

“Casi sexagenario, muy débil y con fuertes afecciones cardíacas, era obligado a ejecutar los trabajos más duros. Tenía que partir leña, fregar los pisos, limpiar las ventanas, todo bajo el “trato individual” por los SA. Al hacer ejercicio, era aislado del grupo, escarnecido, injuriado y tratado a bofetadas y puntapiés. En mi presencia, fue apaleado una vez de tal modo, en la celda, que cayó al suelo y creí que lo habían matado. Cuando yo y algunos camaradas intentamos levantar del suelo al hombre desvanecido, se nos impi-dió hacerlo. Los torturadores buscaron un cubo de agua y se lo echaron encima para hacerle volver en sí. Era en octubre y hacía ya bastante frío. Casi a cada cambio de guardia, era llamado a la entrada, donde se le maltrataba a bofetadas. A causa de esos golpes continuos, Mühsam perdió totalmente el oído. Después de un grave apaleamiento, hizo Mühsam un escrito de queja al comandante. Lo entregó al encargado del pabellón, el cual no dio la queja al comandante, sino a la guardia que había maltratado a Mühsam. El jefe de la guardia entró en la celda con la queja en la mano, y enfurecido, maltrató de nuevo a Mühsam y le obligó a retirar la denuncia. Continuó siendo apaleado y golpeado en todas formas a cada cambio de guardia. Estuvo allí una semana…”

Otro prisionero, que logró escapar de ese infierno, escribió una extensa exposición sobre los malos tratos en las prisiones y en los campos de concentración del Tercer Imperio. Dice, bajo la firma de Peter Cornelius, sobre Mühsam:

“En la sección donde yo estaba, habla un joven compañero que prestaba servicios de ordenanza -contó el tío Bremer-. Volvía justamente al corredor ante mi celda. La compañía de guardia estaba en el patio y adiestraba a los presos. Como inválido de guerra, estaba libre de ese ejercicio. Ningún SA y ningún empleado de policía se encontraba por allí. Sólo se oían los gritos, los cañonazos de injurias y palabras de comando del patio.

El ordenanza y yo nos habíamos hecho amigos, y por él sabía yo todo lo que pasaba en el campamento.

Llegó a la puerta de mi celda, levantó la chapa de la mirilla -el llamado judas- y dijo: “Oye, lo quieren hacer enloquecer, lo quieren fusilar. Lo intentaron, pero se ha reído de todos y triunfó por su superioridad”.

Corrí al agujero y pregunté:

“¿De quién hablas, muchacho?, por favor”.

-De Mühsam, dijo, de Erich Mühsam.

Comprendí. Era la roca en el mar tempestuoso a que uno se aferraba. Era para todos nosotros un modelo. En él se pensaba cuando en las noches de progromo los látigos silbaban por el aire, cuando las vergas de goma caían sobre las espaldas, sobre los brazos y sobre las piernas.

-Era por la madrugada -continúo el ordenanza-. Una sección de SA entró en la celda. El jefe delante; leyó, con gesto duro, una orden, que era una sentencia. Según ella, Mühsam debía ser fusilado en media hora.

Mühsam no miró siquiera al hombre, ni le hizo digno de una mirada. Estaba muy lejos con sus pensamientos. En sus labios se advertía una sonrisa.

“Termine de una vez, dijo al jefe del grupo; mi ruta ha sido larga y estoy cansado”.

Creyeron que Mühsam se echaría al suelo, que pediría gracia e imploraría compasión. En cambio, estaba de pie ante ellos, un hombre de grandeza insuperable.

Confundidos y agriados, se marcharon.

Llevaron a Mühsam al patio. El grupo de SA que había de llevar a cabo la ejecución, estaba allí listo. Cargaron los fusiles. Mühsam fue colocado de cara a una pared. Encima, el cielo azul, donde se habían reagrupado blancas nubecitas, que parecían un rebaño de ovejas en busca de la protección del pastor contra todos los peligros. Una bandada de cuervos voló sobre el presidio hacia el norte. Arriba, había todavía libertad.

Un SA tomó una pala, se la alargó a Mühsam, y gritó:

-¡Aquí! Toma esa pala, cerdo judío, y cava tu propia fosa.

Mühsam tomó la pala, cuidadosamente, como una madre a su hijo. Luego, la empuñó con mano firme y dio con ella al SA en las piernas, rompió su camisa de prisionero, mostró el pecho abierto y gritó, tan alto que se oyó en todo el campamento:

-Aquí estoy. Disparad, perros; pero mi fosa no la he de cavar yo mismo.

Estaba allí como un acusador ante el grupo de ejecución. Los SA enmudecieron, quedaron confundidos y no supieron qué hacer.

Finalmente, el jefe dio una orden. Se volvió a Mühsam a la celda. Por su fuerza de alma y por su superioridad espiritual, había vencido.

Se oyeron pasos en el corredor, y el ordenanza dejó caer la chapa de la mirilla.

De orgullo y de alegría, me mordí los labios hasta hacerlos sangrar.

El tío Bremer calló un momento; luego continuó:

-“Sí, Peter, nos pueden asesinar y maltratar. Pueden destruir nuestras familias, encerrar a nuestras madres, hijas, padres e hijos; pueden hacernos todo lo que quieran, pero nuestra fuerza moral y nuestra convicción no nos la pueden robar. En esto somos superiores, y esa es la fuente que nos hace fuertes; por eso, al fin, seremos los vencedores y marcharemos hacia la libertad y hacia el socialismo”.

Otro compañero de prisión, cuenta que a Erich Mühsam, los torturadores pardos, le quisieron obligar a cantar la canción “Horst-Wessel”, y como se rehusara, fue tan bárbaramente apaleado, que se desvaneció. Pero durante la noche, cantó la canción de batalla del proletariado revolucionario, “La Internacional”, en el silencio mortal del estable-cimiento. Fue entonces sacado de la celda y apaleado nuevamente, hasta que hubo de ser llevado a la enfermería.

Después de eso, no se le volvió a Sonnenburg, pues fue disuelto. Mühsam estuvo de paso en la prisión de Plötzensee, cerca de Berlín. Allí estaba la vieja guardia, y Mühsam lo pasó algo mejor. Pudo escribir su diario y no fue torturado. Un compañero de prisión, escribe sobre él, en un artículo que apareció en el periódico comunista “Gegenan-griff”:

“Yo lo vi por primera vez en Ploetzensee. Todos los días, después de la segunda hora libre, a eso de las diez, circulaba un hombre solitario con pasos rápidos por el gran patio. El cuerpo algo encorvado, las manos a la espalda. Los guardianes vigilaban. A veces levantaba el hombre algo la cabeza y miraba la serie de ventanas enrejadas, pero luego volvía a agacharla y daba la sensación de reflexionar hondamente. “Ese es, Erich Mühsam” -me dijo un vecino de celda, en la hora libre.

A comienzos de septiembre, fuimos transportados a Brandenburg, al viejo presidio. En las primeras tres semanas, apenas se le conoció en Brandenburg. Cuando, por la mañana temprano, poco después de levantarse, sonaba el: “¡Judíos, afuera!”, tenía que echar mano a un estropajo y a un caldero. Su cuerpo estaba maltrecho por los largos años de prisión. Su oído dañado. Dificultosamente podía inclinarse. Lo comprendimos pronto y saltamos en su lugar, disputándonos su trabajo; pero no valió de nada. Cuando los carceleros lo vieron, fue sacado extra y tuvo que limpiar de nuevo las escaleras limpias ya. Si no lo hacía rápidamente, llovían sobre él los puntapiés.

Una noche, rechinó de nuevo el cerrojo de la puerta de hierro: “¡Atención!”. Todos se ponen de pie, -firmes. Aparecen dos carceleros. “¡Mühsam, al frente!” Uno de los carceleros, un huno de anchas espaldas, tenía en la mano un ejemplar del Arbeitertums. “Mühsam, aquí hay un artículo sobre ti.” Y dirigiéndose a nosotros: “Tenéis entre vosotros a un gran señor!” “Mühsam, ¿dónde estabas en 1919? ¿En Múnich? Eras allí un ministro.” Erich Mühsam está ante el carcelero y habla tranquilamente. “En 1919 era del Comité ejecutivo de la República de los Consejos de Múnich.” El carcelero: “¿Y qué hicisteis allí?” Mühsam: “Intentamos hacer la revolución proletaria.” “Estupidez, grita el carcelero, y da un golpe con el brazo extendido en el rostro de Mühsam. El otro carcelero le aplica otro puñetazo. “Veintidós rehenes, cerdo, hiciste fusilar.” Erich tropieza en un banco y cae sobre un colchón de paja. Los carceleros caen sobre él y continúan pegándole. Estamos firmes, apretados los puños y los dientes, y tenemos que contentarnos con observar. La experiencia nos enseña que el gesto más insignificante nos trae catorce días de castigo y nos deja en condiciones de ir al hospital.

Los carceleros levantaron a Erich y le dijeron burlescamente: “Vamos, no te mueras en el rincón.” Y uno, rugió de nuevo: “¿Así que hiciste eso en Múnich?” Un ojo de Erich sangra algo. En su voz hay un ligero estremecimiento. Habla: “Cuando los veintidós rehenes fueron fusilados en Múnich, el Gobierno socialdemócrata de entonces me había encerrado ya en la cárcel.” Un carcelero levanta de nuevo el brazo: “¿Estabas encarcelado, cerdo? Vuestros amos os hicieron encarcelar por miedo de que os diesen un balazo en la calle, y por eso, desde la cárcel, dirigisteis la revolución. ¡Cerdo judío!” Un puñetazo alcanzó otra vez a Erich. Cayó en el colchón de paja. Los carceleros se arrojaron sobre él a puñetazos y a patadas. Se levantaron después, y dirigiéndose a nosotros: “Ahí veis qué miserables son vuestros jefes, tras los cuales habéis corrido. ¿Habéis al fin comprendido?” Ninguno de nosotros dice una palabra. Estamos allí con el rostro en tensión. Los carceleros se arreglan el uniforme, dan media vuelta y salen. Resuena el cerrojo de la puerta.

Una tarde, rechinó otra vez la puerta: “Mühsam, fuera; a cortarse el cabello.” Por el judas y por la puerta oímos protestar a Mühsam. No valió de nada. Cuando volvió, estaba completamente desfigurado. La cabeza pelada y parte de la barba rasurada. Era cada vez más difícil entenderse con Mühsam. El oído había empeorado a causa de los muchos golpes.

El 24 de octubre, fue un día horroroso. Por la tarde, se sintió de nuevo: “¡Judíos, afuera!” A través de la puerta de hierro, oímos golpes con cadencias regulares. Después de una hora, volvieron nuestros cuatro judíos. Mühsam quedaba fuera todavía. Uno me contó: “Primero teníamos que jugar como niños, dándonos uno a otro con el dedo índice; luego, con la mano entera. Generalmente, simulábamos los golpes, pero cuando el carcelero se dio cuenta, dijo: “Eso no es así. Tenéis que hacer como yo.” Y dio a Mühsam, con toda la fuerza, una bofetada en la cara. Tuvimos que imitarle. Una media hora más tarde, volvió Mühsam tambaleándose. El rostro enrojecido e hinchado. Los ojos sanguinolentos. Cuando salieron los carceleros, cayó en su jergón de paja. Nos esforzamos en aliviarle. “Esos puercos me han echado gargajos en la boca.” Al día siguiente, su oreja izquierda estaba enormemente hinchada, y del conducto auditivo salía una gran ampolla. Los bordes de los ojos estaban azulados y ensangrentados. “¿Dónde te has procurado esas gafas?”, le preguntaban, burlándose, los carceleros. Ocho días se le dejó sin auxilio en esa situación. Después, fue a la enfermería. Poco antes, me había dicho: “Tú sabes: ante la muerte, no tengo miedo. Pero este lento asesinato, es horrible.”

Otro prisionero del campamento de Brandenburg, contó que una vez un mono de una tropa de circo ambulante se escapó y llegó al campo de concentración. Los presos adoptaron al animal, y especialmente Mühsam, un gran amigo de los animales, disfrutaba con él. Para torturar a Mühsam, se maltrataba al animal, y se le mató a tiros ante sus ojos.

Once prisioneros distintos que estuvieron con Mühsam, han declarado ante testigos y han dado informes sobre las torturas espantosas a que fue sometido Mühsam en las diversas prisiones y campos de concentración. Mühsam fue diariamente martirizado, pero la conciencia mundial permaneció muda. Ninguno de los millares y millares que conocieron los campos de concentración ha sido tan terriblemente torturado como Erich Mühsam.

La compañera de Mühsam, que estuvo siempre valientemente a su lado, después de su asesinato ha salido de Alemania y escribió en “Aufruf”, una revista de la Liga de los derechos del hombre, que aparece en Praga, en idioma alemán, sobre el testamento de Mühsam:

“Cuando, por ejemplo, en enero de este año, (1934) se concedió expresamente que recibiera café caliente, me arrancó un SA el termo de la mano con estas palabras: “Alto, que no vaya a tomar licor el judío asqueroso”. Me cuesta mucho escribir sobre la manera inhumana cómo fue torturado Erich. Cómo se le rompieron los dedos pulgares, cómo se le escupió en la boca, cómo se le hizo lamer el polvo, etc. Muchos de sus compañeros de prisión me visitaron después de su liberación, y me describieron con estremecimiento el ánimo inquebrantable de Mühsam. Cuando Erich volvió una vez hacia sus compañeros sangrando y semi-inconsciente, después de una de las sádicas sesiones de tortura, al querer protestar altamente uno de sus compañeros indignados, le dijo Mühsam: “Deja eso; juguemos más bien una partida de ajedrez; es mejor”.

No es posible citar todas las torturas a que fue sometido Mühsam, de un modo bestial. En el campo de concentración de Oranienburg, a donde fue llevado últimamente, no lo pasó mejor. Allí había de encontrar la muerte. En la gran noche de asesinatos del 31 de julio de 1934, quiso Hitler liquidar a sus amigos demasiados íntimos y a sus enemigos. Los SA no eran bastante seguros ya para Hitler. Han torturado a Mühsam y a millares de víctimas más, pero sabían demasiado y confiaban todavía en el nacionalsocialismo. Por eso fueron disueltos por las secciones de SS, la guardia de corps privada de Hitler. Esos sujetos, comprados por Göring, destinados a atormentar a los prisioneros, asesinaron a Mühsam en la noche del 9 de julio. Se puso, como informaron los compañeros de prisión, una cuerda a su cuello y se tiró de ella hasta que fue estrangulado. La noticia de la prensa nacionalsocialista de que Mühsam se ha suicidado, es una mentira. Poco antes de su muerte, dijo Mühsam, en ocasión de una visita de su compañera: “Ocurra la que ocurra, no creas nunca en mi suicidio”.

El calvario de Erich Mühsam en el Tercer Imperio, es de lo más espantoso que podemos imaginar. Desde los tiempos de la edad media y de las hogueras de la Inquisición, no se ha perseguido y torturado a los hombres a causa de sus ideas como lo han hecho los nacionalsocialistas con sus víctimas, especialmente con Erich Mühsam, el cual, no sólo por su vida y su acción, sino especialmente también por sus sufrimientos, se ha convertido en una figura heroica del proletariado internacional. En él se pensará y de él se hablará con respeto y cariño cuando la memoria de sus asesinos sea maldecida por la humanidad entera. Murió como caballero de la libertad, como combatiente sincero y rebelde. Era un portavoz, sin miedo y sin tacha, de los oprimidos y de los perseguidos; un militante valeroso en la lucha emancipadora del proletariado; un poderoso heraldo del socialismo libertario y del anarquismo, y fue, ante todo, un mártir valiente de la libertad. Fuerte y elástico era su espíritu; como bala de acero en el pavimento de piedra, así rebotaba su ingenio en toda superficie de choque y en todo contacto con el adversario. Lo que lo distinguía singular-mente, era su firmeza de carácter. Maestro del idioma, poeta de alto vuelo y escritor significativo, no quiso ser autoridad para nadie. Provisto de armas espirituales hirientes, sabía bien que la lucha por la supresión de los Poderes de la opresión y de la explotación era todavía difícil y costaría muchas víctimas. Una de esas nobilísimas víctimas, fue él mismo.

El movimiento anarquista internacional, pierde en Mühsam un combatiente y un representante que, a pesar de la edad, a pesar de los sufrimientos pasados y de los rastros que dejaron en él, habría luchado en las contiendas próximas a nuestro lado. La vida de Mühsam era ejemplo y modelo para todos nosotros. Honremos su memoria prometiendo continuar luchando por la liberación de los oprimidos y de los explotados, como él lo hizo.

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